martes, julio 12, 2011

CERRO VERDE RECORDARÁ POR SIEMPRE A SU PATRIARCA


Eduardo Campbell Saavedra, inolvidable educador de
Cerro Verde de mediados del siglo XX.
          El cortejo comenzó a subir hacia el cementerio parroquial de Penco desde Cerro Verde Bajo luego de cruzar la línea del tren y pasar junto a la chacra de los Pradenas, porque ése era el camino más corto. Ocho personas agarraban el ataúd por las manillas y subían trastabillando por el sendero de tierra roja mojada por la lluvia de ese invierno. Los zapatos habían aumentado su peso cuatro veces, por la cantidad de barro que se pegaba a las suelas. El sendero serpenteaba la suave colina engalanada de retamillos. Los portadores de la urna hacían sus relevos para aliviar el cansancio entre resbalón y resbalón. Algunos niños tomados de las manos de sus mayores y portando ramos de flores silvestres volvían sus pequeñas cabezas hacia atrás y quedaban extasiados con la hermosa bahía de Concepción que se abría a la vista por encima de los techos de Cerro Verde, a pesar de las nubes. El cortejo iba en silencio subiendo la cuesta. Adelante, en primer lugar, avanzaba apoyado en un palo a modo de bastón un hombre fornido, alto, de bigote delgado e hirsuta cabellera rojiza. Parecía un patriarca que iba diligente a devolver a la tierra a algún ser querido o una persona conocida. Era el profesor Eduardo Campbell. ¡Cómo no, si él asistía a todos los funerales de vecinos –su gente-- de Cerro Verde Bajo!
Cerro Verde, la cara cerroverdina que mira hacia Lirquén.
          Esa tarde invernal de 1954 el cielo estaba amenazante, soplaba un fuerte viento norte tan helado que se filtraba entre las ropas enfriando los cuerpos de los vecinos concurrentes al modesto funeral de tal manera que aquellos daban diente con diente. La lluvia se desataría en cualquier momento y el cielo se vendría abajo sobre esa humilde y aguerrida gente.
              El cortejo ingresó al cementerio parroquial no por la puerta principal, sino por una brecha de muro que también servía de acceso informal en el lado poniente. Chapoteando sobre las charcas de los estrechos pasillos del recinto, los portadores de la urna, los deudos, los dolientes, los vecinos más próximos y los conocidos se detuvieron por fin. A una orden del señor Campbell el ataúd fue dejado sobre los cascajos del suelo. Las mujeres que venían rezando a media voz desde la misma casa de la finada se callaron y de pronto; en un instante, la paz fue absoluta. Se pudieron oír con toda claridad el silbido del viento colándose entre las ramas deshojadas y los graznidos de las aves del bosque que rodeaba el cementerio.
Arriba a la derecha de la fotografía, se ven los pinos en la subida que conducía a la parte trasera del cementerio parroquial de Penco. El profesor Campbell aparece al lado izquierdo de esta formación escolar de Cerro Verde.
          Tres niños curiosos se soltaron de las manos de sus madres y corrieron a mirar el interior de la fosa excavada por dos obreros que se habían quitado sus sombreros a modo de respeto. Esos trabajadores presentes en el entierro con sus palas en ristre permanecían atentos para tapar el agujero una vez que finalizara la ceremonia modesta. Los niños vieron que el hoyo sin un toldo protector estaba inundado de agua barrosa. Ellos mismos querían ver cómo se hundiría el ataúd en el fango. Pero, antes de eso había algo en el programa que todos sabían: el discurso del señor Campbell.

       El patriarca de Cerro Verde dio un paso adelante y se ubicó entre el ataúd y los dolientes. Los miró de frente y sin fijar la vista en ninguno dejó oír su voz cargada de figuras retóricas, porque eran los años nerudianos de la poesía y el canto; y las hipérboles:

     --Hoy en Cerro Verde no sale humo por las chimeneas de nuestras casas; porque Cerro Verde está de luto; toda su gente vino a despedir a nuestra querida vecina Francisca. Y desde la muerte ella lo sabe. Esta es la despedida más triste de una pobladora, una madre y una trabajadora de la que esta tierra guarde memoria…--

          La imagen de ese funeral, la retengo en mi recuerdo, porque yo, como un niño entonces, por algún motivo me encontraba junto a otra gente ese día en el cementerio parroquial. Y los detalles que he descrito son como una secuencia de fotos. Aunque la finada señora Francisca pudo ser una humilde mujer de Cerro Verde Bajo, su despedida tuvo un discurso, y nada menos que del profesor y director de la escuela.  No todos los muertos de Penco tenían el honor de ser homenajeados con un discurso.   
       Ése era mister Campbell, así le decían a Eduardo Campbell Saavedra, vecino de Cerro Verde, educador y formador de juventudes. Creó un grupo juvenil que vestía pantalón blanco, zapatillas de gimnasia y camisas verdes. Iban a los desfiles del pueblo con sus estandartes, porque para él Cerro Verde y su gente no podía estar al margen. Sin embargo, había en Campbell contradicciones para algunos difíciles de explicar: era comunista y profesaba la religión católica. Todo Penco recordará que el grupo juvenil de Campbell participaba activamente en la Procesión de la Virgen del Carmen en noviembre. Como siempre él encabezaba su séquito inserto en el largo peregrinaje de la procesión por las calles penconas.

          Campbell conocía a toda la gente de Cerro Verde. Visitaba a las familias en sus casas, se informaba de sus problemas. Ayudaba a los más desposeídos a superar sus pellejerías hasta donde fuera posible. Armaba los casamientos ayudando a los novios con todos los trámites y la papelería. Fue la voz de los sin voz en Cerro Verde, golpeó puertas y clamó por ayuda para los menos afortunados. Era un hombre apasionado por la causa de los más pobres. Su sentido de solidaridad social no tenía límites; lo daba todo por nada a cambio. 

         Cuando el Presidente Gabriel González Videla decretó la Ley Maldita en 1948 que ordenaba la detención de todos los dirigentes comunistas para ser relegados en Pisagua, mister Campbell fue al primero que agarraron en Cerro Verde. Junto a varios otros los militares lo echaron en un tren hacia el norte. “Pero, llegué hasta Punta de Parra solamente, donde me bajaron y ahí quedé detenido hasta que vino la gente de Cerro Verde a exigir mi libertad”, comentó una vez en un acto público. Efectivamente Campbell no llegó a Pisagua y regresó en andas a Cerro Verde acompañado de una muchedumbre. En el gran barrio cerroverdino esa noche hubo una fiesta.
          Era un profesor atípico, vestía contrario a las rígidas reglas sociales de entonces. Asistía a clases sin corbata, no usaba vestón, prefería las casacas. 
  
La imponente escuela de Cerro Verde que lleva el nombre de Eduardo Campbell.

Con su partida, ocurrida ya hace años, Eduardo Campbell dejó a Cerro Verde lleno de recuerdos y mucha gente agradecida de corazón. El medio académico local recordará por siempre. Hoy una hermosa escuela lleva merecidamente su nombre a la entrada de Cerro Verde Bajo.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Me llena de alegría que la ex- escuela 54 de cerro verde bajo lleve el nombre del señor Campbell, como solíamos decirle... Aunque ya no vivo allí ( en Cerro Verde),tengo buenos y lindos recuerdos de él, de sus nietos y de su familia. Además quiero agradecer a Ud. por el
hermoso y merecido reportaje sobre este gran educador que dió tanto por su querido Cerro Verde y su Gente.

Vale dijo...

Que lindo el texto, pero hay una parte que no comprendo, por que habla de un jefe un director, si el fue el fundador y director? Y por lo que tengo entendido cuando llegó Lara el fue despedido, o estoy errada?

Vale dijo...

Que lindo el texto, pero hay una parte que no comprendo, por que habla de un jefe un director, si el fue el fundador y director? Y por lo que tengo entendido cuando llegó Lara el fue despedido, o estoy errada?

Unknown dijo...

En una ocasión mas o menos en el año 1961, nos visitó en Chillán Sr. Alto, colorin. Su estampa me dejo impresionado. Yo tenia en ese entonces 12 años. No se si era amigo de mi padre, Ferroviario. Veniamos de Concepcion mi ciudad natal. Lo que mi Padre nos dijo El es el Sr. Eduardo Campbell viene de Cerro Verde a ver a mi hermano de 14 años que en esos dias el tren le habia cortado una pierna, y a quien el Sr. Campbell lo llamaba cariñosamente tocayo, (Eduardo Paredes). Ahi estaba él entregando su apoyo. Apoyo tangible expresado con su persona, alegre y empatica. Paseamos por Chillan orgullosos acompañados por un gringo encachado.
Han pasado más de 50 años, pero siempre lo recuerdo y me alegro que mi recuerdo no es el único sino que hay toda una comunidad, agradecida de él y le rinde su tributo como lo hago yó con estas humildes palabras. Gracias don Eduardo por haber compartido en mi niñez, con su persona.
David.