miércoles, diciembre 25, 2013

LA BRILLANTINA, LA PERMANENTE Y SUS IMITACIONES EN PENCO

       Para tener estilo, carácter y destacar por la personalidad en Penco había que estar a la moda. Y la modernidad, lo que se usaba en el mundo de las estrellas, la daba a conocer el cine. Muchos jóvenes asistían a las funciones del teatro de la Refinería a ver las películas, pero también a ver cómo se vestían o presentaban en público los actores y actrices. Ésa era la gente que dictaba la usanza que se debía imitar.

     Uno de estos jóvenes de entonces era Víctor Riquelme, quien cuidaba de su presentación personal y a su vida social le ponía estilo: chaqueta de gamuza con adornos en las mangas, tipo apache como la de los vaqueros del oeste norteamericano (John Wayne) y brillantina para el cabello como lucía Lucho Gatica en las carátulas de los longplays de boleros. Si bien, Víctor no pauteaba la forma de vestir entre sus pares, sorprendía cada vez cuando adoptaba y estrenaba el último alarido de la moda que dictaban las películas del teatro de la Refinería. 


      Tampoco era distinta esta práctica entre las mujeres penconas: ellas querían verse como las niñas de Hollywood. Por eso entró fuerte en Penco el peinado de la permanente tipo Marilyn Monroe. Todas o casi todas querían andar con crespos o con el pelo ondulado. Entonces los salones de belleza introdujeron el servicio de permanentes que consistía de aplicar cachirulos en caliente al pelo de las clientas. No había mujer joven en Penco que  no anduviera con permanente.
La actriz Grace Kelly.
      ¿Y cómo se resolvía el asunto cuando no había plata para ir al salón de belleza o para comprar brillantina? Había soluciones. En primer lugar, comprar una pilsen. Las mujeres le quitaban las chapa a la botella y se mojaban el pelo con la bebida. Alguna amiga acomedida le ayudaba a hacer los rulos y al poco rato, el peinado quedaba fijo, como resorte de acero, no se desarmaba. La pilsen seca fijaba el cabello. Bueno, si no había dinero para comprar una de esas cervezas, bastaba con un limón. Las mujeres y los hombres se aplicaban con las manos el jugo de limón en el pelo, se pasaban las peineta y al poco rato, el peinado quedaba fijo. O sea, aplicarse limón o pilsen y ya teníamos el peinado requerido para salir a la calle o ir a al baile. El problema del limón y el de la pilsen, sin embargo, era que una vez que el pelo se secaba se ponía opaca, no brillaba.
     Pero, existía la brillantina que era lo más recomendable y no tan cara. En la farmacia Méndez, de calle Penco y Freire, la vendían a granel. Había que llevar una botella chica y allí el dependiente medía la cantidad en un jarrito y la echaba al envase con un embudo. En la farmacia siempre sugerían agregarle unas gotas de perfume, por lo que el mejunje final era de color lechoso aromático. La recomendación del dependiente era agitar bien el frasco antes de usar porque colonia y brillantina era como unir el agua con el aceite.
    Una vez vi a Víctor Riquelme comprando este preparado cosmético y más tarde lo vi con su peinado brillante conversando con unos amigos cerca del puente de calle Freire. Si bien, como decíamos, Víctor, a pesar de ser un juvenil buen vecino y deportista local, no dictaba la moda, muchos de quienes lo miraban o admiraban optaban por lavar un frasquito, juntar unos pesos, ir a la farmacia Méndez, comprar brillantina y peinarse con el producto. El pelo quedaba reluciente y oloroso como los actores y actrices de Hollywood. 
        Después de la fiebre de la brillantina, Víctor se puso a la moda también. Fue uno de los primeros jóvenes de Penco en usar botas beatles. 

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